domingo, 5 de junio de 2011

Apuntes sobre filosofía, democracia y educación

                                                     
Autores:


                      Elsa Siu Lanzas          
                                                                                                                             Rocío López Fallas
Tobías Murillo Pérez


Desde los la década de los cincuenta del siglo XX en nuestro país, el tema educativo en general es un eje central de discusiones nacionales pues existía una preocupación por la alfabetización y la técnica a favor de los costarricenses. Estas discusiones pretendían renovar, innovar y reforzar este sector.  Aunado a esto,  se había dado un interés por fortalecer y normalizar la filosofía como asignatura regular en el Ministerio de Educación Pública, gracias a movimientos por parte de los intelectuales de la época por crear un plan de estudios que formara profesionales capacitados para tales efectos y por crear el material didáctico que orientara la labor. No obstante, aún cuando filosofía se presenta desde hace ya varias décadas como una materia oficial dentro el currículo escolar, parece alejarse cada vez más del cometido inicial de sus impulsores, el cual pretendía que filosofía fuera un eje que acompañara la formación integral del estudiante. Hoy día,  este objetivo, ha quedado en total abandono, por no decir olvido.
La preocupación de los que estudiamos Enseñanza de la Filosofía y actualmente ejercemos dicha disciplina, se agrava con el pasar de los años. No sólo porque existan inconsistencias administrativas, vacíos que permiten que “cualquiera” se sienta capacitado para tal ejercicio y por ello encontremos a profesionales y no profesionales ejerciendo nuestra profesión. Si no que, la filosofía cada vez encuentra menos lugar donde afianzarse en Costa Rica. Por ello, creemos indispensable que somos los mismos filósofos, siendo responsables de algún conformismo, quienes debemos reclamar nuevamente los espacios que hemos perdido y fortalecer aquellos que aún nos acogen.
En las recién pasadas Jornadas de Reflexión Filosófica de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica,  celebradas en diciembre del año 2010, presentamos tres escritos que resumían, grosso modo,  la situación actual de la filosofía en la educación diversificada costarricense. De estas podemos extraer ahora algunas de nuestras conclusiones:
1.       Persiste una idea acuñada desde la década del setenta, la cual afirma que no existen los suficientes profesionales preparados en la especialidad de filosofía y dado a ello pululan los nombramientos por inopia (avalado por oficio del MEP DRH-ASIGRH-20553-2009). No obstante, datos de la Escuela de Formación Docente de la UCR, señalan que actualmente cuentan con 118 estudiantes empadronados en nuestra especialidad y muchos graduados sin empleo.
2.       En concordancia con la declaratoria de Paris se concluyó que la enseñanza de la filosofía debe mantenerse o ampliarse donde ya existe, implantarse donde aún no existe y ser nombrada explícitamente con la palabra filosofía en aquellos espacios donde esta se utilice directa o indirectamente.
3.       Si bien los nuevos proyectos del MEP tienden hacia una formación que refuerza áreas propias de la filosofía (Proyecto Ética, estética y ciudadanía, por ejemplo), no se han tomado en cuenta ni a la materia ni a los profesionales de la especialidad, dentro del mismo.

Lo que tememos, es que nos encontramos frente a una consolidación de la tendencia actual a considerar la filosofía a un mero complemento interesante[1] casi exótico, de aquellas materias que “realmente” tienen peso. Pero si revisamos como se ha formado la educación en nuestro país a lo largo del tiempo, la filosofía juega un papel central en ella. Basta con echar un vistazo a la Ley Fundamental de Educación, en la cual se estipula la formación filosófica como un fin de la educación costarricense (Capítulo I, artículo 2, inciso e):
“Conservar y ampliar la herencia cultural, impartiendo conocimientos sobre la historia del hombre, las grandes obras de la literatura y los conceptos filosóficos fundamentales.

Esto señala una inconsistencia entre los fines de la Educación Costarricense y lo que en la práctica está sucediendo. A pesar que, Filosofía, como la conocemos hoy, como materia obligatoria dentro del MEP, se introduce formalmente dentro de la educación diversificada como materia académica según lo establece el Reglamento de Evaluación de los Aprendizajes del MEP (decreto ejecutivo Nº 31635 MEP, 2004), nuestra experiencia muestra que se la trata como una materia “especial” por ser la única del grupo al que pertenece, en no realizar prueba nacional de bachillerato. Y no es que las materias llamadas “especiales” deban tratarse con menos importancia que las “académicas”, pero el caso particular de filosofía es que siendo académica, no se la trata como tal, y al no ser especial, tampoco se la incluye en las distintas reformas que actualmente el MEP está realizando (Proyecto Ética, Estética y Ciudadanía).

Tanto en la Ley Fundamental de Educación[2] como en el actual proyecto del MEP, se señala que en la Enseñanza Media se debe desarrollar el pensamiento reflexivo en cuanto valores éticos, estéticos y sociales. El objetivo principal es la solución atinada de problemas y el progreso de la cultura. Y si retomamos el  Proyecto Ética, estética y ciudadanía, el cual representa  una de las matrices estratégicas definidas por el MEP, su cometido es fortalecer las áreas humanísticas y formar mejores ciudadanos para vivir en democracia[3]. Veamos como lo afirma el Consejo Superior de Educación:

“La educación debe brindar a cada estudiante los conocimientos, las herramientas, la sensibilidad y los criterios éticos, estéticos y ciudadanos, necesarios para poder—desde ahora y a lo largo de toda su vida—avanzar de manera crítica y sistemática en la búsqueda permanente de lo verdadero, lo bueno y lo bello, elementos inseparables de lo que nos hace mejores seres humanos.”[4]

El párrafo extraído de este Proyecto, engloba un acertado objetivo de la educación. En la época de indiferencia, de rapidez, de desecho, de consumo, de ambición, de corrupción, indudablemente debemos formar personas que puedan ser sujetos, y tal como Kant lo había señalado, ser sujeto es una actividad, es saberse a sí mismo como sujeto. Un estudiante que sólo aprende datos y emplea técnicas es un ciudadano que no ejerce su ciudadanía. De manera que, una democracia no puede llamarse como tal si está compuesta de ciudadanos que no tienen el suficiente criterio para tomar decisiones. No basta para ser ciudadano con sólo nacer y obtener una cédula que lo acredite, ser ciudadano es saber que todo acto es político  y por tanto, que sus decisiones afectan un país.
Y aprovechándonos que tanto la legislación educativa como las estrategias del MEP aciertan con la enseñanza de la ética y estética, áreas propias de la filosofía, debemos resaltar el hecho no gratuito de que la filosofía y la democracia surgen ambas de la mano, en un mismo contexto y bajo circunstancias que impulsaban la una a la otra. Por ello, sostenemos que una educación que tiende desde el discurso de los altos mandos hacia la democracia, pero en su acción olvida a la filosofía, es una carreta con bueyes que tiran hacia extremos distintos. El piso necesario para que la democracia se fortalezca, es el mismo que le da su espacio al libre pensar filosófico. Veamos como lo señala Federico Mayor, director general de la UNESCO:
“Una enseñanza filosófica ofrecida generosamente, bajo una forma accesible y pertinente, contribuye de manera esencial a la formación de ciudadanos libres. (…) Comprobamos que la enseñanza filosófica se organiza y extiende al mismo tiempo que la democracia. Las dictaduras y los totalitarismos la prohíben o desvías su vocación para la libertad.”[5]
Una verdadera ciudadanía dentro de esta perspectiva, no consiste solamente en hacer uso  de los derechos que concede la ley, ni mucho menos al sometimiento particular de la sociedad en la que se vive, sino en ser capaz de comprender la dimensión universal, racional, a partir de la cual la sociedad democrática debe organizarse. Sin esa comprensión es imposible que exista un cambio social responsable y sano.
Es por eso que el ejercicio de la ciudadanía se torna tan difícil, debido a  las cualidades intelectuales que exige. Con todo derecho, nos parece que un estado que se supone democrático, debe, en este marco, proveer a los ciudadanos de una educación que les permita asumir las responsabilidades que le corresponden dentro y fuera del marco legal del estado.
¿Cuál sería entonces la suerte de un sistema que se apoya en la concepción de un ciudadano verdaderamente iluminado por la reflexión filosófica?. Jean Charles Pettier ofrece una posible interpretación a esta pregunta:

“Si cada individuo que forma parte del pueblo, está mejor armado intelectualmente, la unión de todos estos individuos será necesariamente diferente, de mejor calidad. La noción de pertenencia a un pueblo puede entonces cambiar, en la mente de cada individuo. Toda persona tendrá la capacidad de apreciar las  circunstancias históricas particulares que le hacen pertenecer a una u otra nación… la reflexión filosófica crea las bases intelectuales del debate democrático, permitiéndole a cada individuo elaborar una concepción amplia de toda la sociedad… en este sentido se considera que la filosofía es la búsqueda problematizada, conceptualizada, argumentada, de la verdad, que tiene incidencia social en el debate democrático”[6]
La posición de Pettier supone una continuidad entre el carácter individual y colectivo del agente social, en la medida en que los individuos mejor condicionados intelectualmente favorecerían indefectiblemente a una democracia de mayor calidad y muchísimo más participativa. Desde esta perspectiva podemos asumir que una democracia, para que pueda considerarse verdadera, debe nutrir a sus ciudadanos del bagaje filosófico que le permita asumir responsablemente sus decisiones. Es en este aspecto donde el debilitamiento de la filosofía en secundaria necesariamente violenta la consistencia de una democracia verdaderamente participativa.
Tal como ya el filósofo holandés Baruch Spinoza había apuntado en el siglo XVII, las ideas que carezcan de conocimiento mueven al cuerpo de forma no adecuada. Es decir, un grupo de cuerpos que se comporten inadecuadamente culminan, necesariamente, en caos. Los ciudadanos y las ciudadanas debemos movernos, desde la perspectiva país como un solo individuo, como cuerpos de individuos que buscan un mismo fin social. No debemos educar para “la masa”, debemos educar para una sociedad, en nuestro caso, la costarricense, como un individuo compuesto.
No en vano o por un mero romanticismo reclamamos hoy el lugar que la filosofía debería estar ocupando en el currículo escolar. Lo podemos presentar también desde un punto de vista económico, pues en la era de la tecno-ciencia se tiende a catalogar a las humanidades como un gasto, pero hay que detenerse y pensar, cual es el costo ante el beneficio de perder la filosofía en nuestras aulas. ¿Qué, si no la reflexión filosófica? nos permite, ahora, proteger humedales,  replantear las necesidades alimentarias, replantearnos el costo de no explotar el medio ambiente y el beneficiarse de otras actividades como el turismo, etc.

Invertir en la enseñanza de filosofía, cuando esta se ejerce de una manera responsable y analizando las necesidades del país,  es sinónimo de formar ciudadanos en todo su ejercicio, reconocemos su costo, pero estamos conscientes que a largo plazo, el beneficio superará cualquier expectativa social y política, y contribuirá a tener un mejor país.

Si bien las áreas propias de la filosofía se han tomado en cuenta como eje medular hacia el que se quiere tienda la educación costarricense, mediante su implementación desde materias como

español, música, artes plásticas, etc., se ha olvidado que ya existe dentro del currículo escolar una materia académica que involucra desde los contenidos propios de su programa, y esta es filosofía.
Hay que entender que la filosofía, tanto en su expresión teórica, como en la práctica (filosofar) no son producciones espontaneas del individuo, no se reflejan en el pensar o la dubitación por si  solas, sino que requiere de un bagaje teórico sistematizado que encause el pensamiento por la mejor vertiente. Sin un constructo filosófico previo al pensamiento, este corre el riesgo de ser desordenado y por lo tanto dudoso e imaginario. Es importante señalar que el conocimiento filosófico trasciende el conocimiento objetivo de los datos, es esa precisamente, la línea que divide al científico y al artista del filósofo, o lo que es lo mismo, a la experimentación científica de su ética, o a la obra artística de su estética. El artista y el científico se agotan en la resolución de un problema o la ejecución de una obra, su conocimiento no pasa de ahí. El filósofo es quién interpreta esos datos, los enmarca dentro de la historia y les da sentido, es esto lo que espontáneamente no puede producir el ser humano y que requiere de un conocimiento específico, que solo lo da la tradición filosófica. Es por lo tanto erróneo pensar que por el hecho de poder resolver una formula, interpretar un instrumento,  o haber leído una obra literaria, pueda comprenderse necesariamente el valor ético o estético de aquello, sino tengo los fundamentos teóricos para entenderlos. Es por eso que un proyecto, que tenga por nombre conceptos como ética, estética, ciudadanía, epistemología o lógica carece de contenido y sentido si no tienen, como formadores a un educador en filosofía. Es el manoseo del lenguaje filosófico y su uso como sustento de ciertas políticas educativas lo que ha permitido la desvalorización de la filosofía en el marco de las políticas institucionales. Hacemos hincapié en que la filosofía debe ser llamada por su nombre y ser impartida por personas capacitadas para tales efectos tal como el mismo consejo superior de educación lo manda en el documento “El centro educativo de calidad como eje de la educación costarricense”:

“…De ahí, que sea imprescindible que los educadores cuenten con una formación profesional inicial de excelencia, con sólidos y verificables conocimientos y competencias, poseedores de una genuina vocación educativa, comprometidos con la práctica constante de su actualización y desarrollo, tanto en los contenidos específicos de su disciplina académica, como en las estrategias didácticas.”[7]
Lo anterior contradice los mecanismos mismos que se utilizan para la contratación y capacitación que rigen en los programas como el de ética, estética y ciudadanía, así como el de epistemología en los colegios con la modalidad del bachillerato internacional, las lecciones de ética en los colegios donde esta se imparte y actualmente el proyecto de lógica en la asignatura de español.  Lo anterior pone en tela de juicio la seriedad de los programas y viola al mismo tiempo la declaratoria de la UNESCO  en Paris según la cual:
La enseñanza de la filosofía debe ser impartida por profesores calificados e instruidos  específicamente a tal efecto y no estar supeditada a consideración económica, técnica, religiosa, política o ideológica alguna.



[1] Tal como El Semanario Universidad de esta semana cita la denuncia que Terry Eagleton realizó en Londres.
[2] Capítulo I, artículo 14, inciso c.
[3] Garnier, Leonardo. Nd. Educación en Ética, estética y ciudadanía. Número del proyecto 53671, PNUD-MEP. p.5
[4] Consejo superior de educación. 2008. El centro educativo de calidad como eje de la educación costarricense. p.12

[5] Droit, Roger-Pol. 1995. Filosofía y democracia en el mundo, una encuesta de la UNESCO. Argentina: UNESCO. p.15
[6] Pettier, Jean. 2007. Filosofar, enseñar y aprender. Ed. Popular. p.65
[7] Consejo superior de educación. 2008. El centro educativo de calidad como eje de la educación costarricense. p.19

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